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Miraflores

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“Peligro” es una palabra que usan los críticos de rock para hablar de ese raro escalofrío en la espina dorsal que muy pocas bandas pueden invocar y los sevillanos Miraflores reparten con largueza; un relámpago interior que te informa de que en ese mismo momento cualquier cosa puede pasar: el tren está a punto de descarrilar y llevárselo todo por delante; los deseos oscuros quedan al alcance de la boca; la vida podría implotar si movieses un dedo hasta convertirse en un universo nuevo y salvaje. Nada volvería a ser igual. Rock&Roll, le llaman. Y sólo hay dos opciones, agarrarse fuerte o dejarse llevar. Miraflores lo regalan, ese peligro, en las once píldoras concentradas de un primer disco que exuda veneno, chulería e insatisfacción; un pelotazo de existencialismo al hueso y punk arrastrado cuya mala leche coagula en canciones como puños, canciones donde hundirse. Son agujeros en los que Mark E. Smith abreva con los Beasts of Bourbon. Son viajes al fin de la noche en los que el Rey Lagarto comanda a los Wire. Son extrañas y malsanas, y los sevillanos las hacen estallar como quien cabalga a un purasangre incendiado, turbulento y expresionista. En su ojo arden juntos el pantanoso fantasma de los Scientists, la fértil sombra de Nick Cave, Stooges o Spacemen 3 y la lobotomizante lucidez de The Fall.
Te puedes llevar este disco a casa y, en la estantería, entre los demás, seguirá siendo un artefacto misterioso, único, quizá por lo que tiene de acto de justicia colectivo: Miraflores son los últimos de una larga dinastía subterránea de bandas malditas a las que no se dejó crecer y que nos dieron, sin embargo, mucho de lo mejor que tenemos. Ellos son los que tendrán que hacer justicia a Los Bichos, a los Cancer Moon, a Los Cuantos y a otros tantos buenos salvajes que se estrellaron contra el muro de la indiferencia armados sólo con elegancia y canciones.
Confiamos en ellos, a la vista de un primer disco homónimo cincelado así -en cuatro días y prácticamente en directo en los estudios La Mina de Sevilla, con Raúl Pérez (Pony Bravo, Orthodox, Niño de Elche, Viento Smith) a los controles- y que aúna con mano maestra lo circular y lo conciso: un zigurat de ruido donde el grito ancestral muta en cabalgada y el flote estelar es atado a tierra por el gancho pop y el gruñido de angustia. Un álbum masterizado por el inquieto Kramer (Low, Daniel Johnston, Galaxie 500) que salió a la calle como una hiena rabiosa el pasado octubre de 2014 con el sello sevillano Happy Place.
Calificado uno de los mejores discos de 2014 por medios del calibre de Ruta 66, Blisstopic o Crazy Minds, el álbum adopta hechuras de trituradora sónica cuando se traslada al directo. Su paso por festivales como Monkey Week o citas como Nocturama han dejado atrás un reguero de sudor que todavía perdura. En apenas año y medio han tocado en las mismas tablas que sus admirados The Damned, compartido escenario con colegas nacionales como Schwarz, Betunizer, Fasenuova o Za! y arrancado elogios entre profesionales y prensa.
Ellos son el blues oscuro. Ellos son la dieta de napalm para desayunar. Ellos tienen su propia tradición y su propia ley. Si Miraflores fueran un animal serían un perro viejo de los que huelen la sangre y van al cuello. Y encontrárselo no sería agradable. Por suerte son sólo una banda y el hallazgo es precioso.
Decía Warhol: “Siempre me ha gustado trabajar con las sobras, convertir los desperdicios en cosas. Siempre creí que las cosas desechadas y que todos saben que no valen para nada, podían ser potencialmente divertidas”. En eso coincidía con las mejores bandas de Rock & Roll. Desde la cima de su montaña de basura, ellos nos observan. Y solo hay dos opciones. La mejor es, siempre, dejarse llevar.
Texto: Luis Boullosa (@LuisBoullosa)

Miraflores lo forman:

Emilio R. Cascajosa voz y percusiones.
Javi Neria guitarra y zanfoña (Sick Buzos, Sr. Chinarro, Salieri).
Selu Baños bajo (Sweethearts From America).
Jaime Neria batería (Sick Buzos, Salieri, Zico).
Ernesto Ojeda teclados (Batiscafo, Maldita Compañía).

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